El Burrito, el Titán y un día inolvidable…
El 6 de agosto de 2006 no fue un domingo cualquiera para el fútbol argentino. Fue como el cumpleaños de un pingüino en el Sahara: muy especial y difícil de olvidar. Ariel Ortega regresó a River luego de unos años agitados, y en su vuelta relució como un diamante en un montón de piedras al entrar de cambio contra Lanús. Caminó sobre el pasto del estadio como quien camina sobre Lego, con un destino que prometía goles y fiesta, aunque la suerte le jugó una mala pasada al negarle el 3-0 cuando el palo izquierdo se interpuso con más precisión que un GPS.
Por otro lado, la Bombonera fue el escenario de una emotiva tarde donde el eco de las tribunas casi le pide la receta de las emociones a una canción de cuna. Martín Palermo vivió el partido más emotivo de su vida al salir al campo un día después de perder a su hijo. Fue como si en cada paso llevara el peso de una enciclopedia de 100 volúmenes. En un acto de fortaleza inexplicable, anotó dos goles a Banfield y, entre ovaciones y abrazos, convirtió el fútbol en un abrazo con forma de balón. La tarde cerró con un marcador de 3-0, pero lo vivido quedaría en la memoria más que cualquier estadística.