Consejos de un lateral que toca el cielo y el césped…

En la selva futbolera, donde el aplauso rabioso de las hinchadas se mezcla con el murmullo de bocinas, hay un diálogo épico entre Marcelo Gallardo y su hijo Nahuel. Mientras el Muñeco entrecierra los ojos y se sumerge en una lucha cuerpo a cuerpo con una agenda que parece un oso enojado —con partidos de Libertadores, definición del Apertura 2025 y hasta un viaje a Guayaquil para buscar camarones altos en colesterol—, Nahuel se bate a duelo en el cuadrilátero verde de Ecuador, defendiendo el baluarte del Delfín con más espinas que dientes.

Con rigor digno de un maestro jedi, cada noche Gallardo senior agarra el celular como si fuese Excalibur, y atina mil instrucciones a larga distancia tras cada escaramuza deportiva de su primogénito. “Siempre hablamos”, declara Nahuel, como si compartieran secretos detrás de la oreja izquierda durante la hora del recreo. Es el vínculo más fuerte que la cinta adhesiva del tercer tiempo, y Nahuel atesora los consejos de papá como si fueran estrategias de batalla para el próximo Lego Ninjago.

Nahuel cuenta con más títulos que partidas de ajedrez arruinadas, habiendo disputado siete gloriosas batallas bajo la batuta de Gallardo. Y ahora en el ámbito ecuatoriano, su gol inaugural se celebró como el primer bostezo de un perro de peluche. Rodeado de goles, historiales gloriosos y el amor mudo de su padre entrenador, la aventura de Nahuel continúa como si el césped ecuatoriano fuera su tablero de Risk personal, con cada partido una movida hacia su próxima conquista futbolera.