Gallardo, el alquimista futbolero en apuros…

River volvió del Mundial de Clubes como quien regresa de un viaje a la luna, pero sin haber logrado plantar la bandera en el cráter ganador. El señor Gallardo, estratega de otras galaxias, está más confundido que un pingüino en el Sahara. Mientras los jugadores corrían, la suerte de River jugaba a la escondida con el talento, y Rayados fue el niño malo que nunca se la paró para que dé el pase. Esto deja al Muñeco reflexionando como un filósofo en sandalias sobre las arenas movedizas de sus equipos pasados, donde antes navegaban saludables tiburones goleadores y ahora chapotean desafinados sopranos de ópera.

Quien lo haya visto hablar en Seattle, pensaría que Gallardo está enrolado en un club de meditación transcendental: no tiene los jugadores de antes para esos ritmos locos de presión que dejan sin aliento al rival y al público. Con más de 50 millones invertidos y 34 jugadores cual circo ambulante, ahora encaramos a equipos como Monterrey, que en vez de talentos tienen una colección de muebles estilo vintage con nombres históricos y una política de mercado que parece salida de un libro de historia en desuso.

Y mientras la hinchada cruzó océanos y galaxias cantando por la Libertadores, River sigue buscando su himno en las constelaciones. Al equipo le queda trabajar más que hormiga en pleno verano y rogar que las estrellas alineen su magia. Si no, más que Libertadores, terminamos con un festival de nostalgia coleccionable. Es momento de sacudirse el polvo, oxigenar el plantel y ponerle el turbo intergaláctico a este River en busca de otro planeta donde ser felices.