El Colibrí volvió a cantar después de 571 minutos…

Había una vez un delantero llamado Borja que, al igual que el desodorante del abuelo, estaba en el banco de suplentes por tanto tiempo que comenzaron a crecerle raíces. Pero un sábado, como esos detectives que siempre resuelven el caso justo al final, Borja encontró el misterio del gol en Junín y lo resolvió con la elegancia de un aristócrata asistiendo a una fiesta de té. Parecía un flamenco en un sándwich de milanesas cuando golpeó la pelota con la suela y provocó que el tiempo volviera a correr para él.

El gol fue como encontrar un par de medias iguales en el cajón después de seis semanas de desventuras, y la cara de Gallardo se iluminó como cuando el delivery llega justo a tiempo para el entretiempo. Al río -de la Plata, por supuesto- le cayeron 12 barcos de papel donde los hinchas de River contaban los 571 minutos de sequía del Colibrí. ¿Qué hicieron con ellos al final? Borracho de felicidad, Borja se los comió con café a la medianoche.

Y es que Borja casi estaba sudando glorieta cuando se acercó al Muñeco a recibir su palmada de aprobación. Ahora, con el eco de su grito fresco en el estadio, Borja se fue saltando como Conejito Saltarín, con menos peso sobre sus hombros y más burbujas en los botines. Si el destino se lo permite, busca convertirse en el Juan Pablo Ángel con la chaqueta de hip-hop que le falta solo a él. ¿Y quién sabe? Quizás hasta le invitan a comer un choripán para celebrarlo.