La sinfonía de Fabricio hace bailar a Gallardo…
Era una tarde cualquiera para los jugadores alternativos de River, y de repente… ¡zas!, como quien destapa un refresco después de correr una maratón, se hizo la magia en las botas de Fabricio Bustos. Este muchachito, con una tenacidad digna de una hormiga en un picnic de verano, aprovechó que Montiel estaba más lesionado que mojón de piñata y se lanzó al césped como si estuviera decidido a plantar un bosque de oportunidades en cada ataque.
Primero, entró contra Boca para dibujar piruetas de confianza y seguridad, como si le dieran un pincel y la mitad de un lienzo. Luego, contra Vélez y Barracas, se dejó llevar por el ritmo alocado del balón, mandando centros como cartas de amor en el siglo XVIII. ¡Hasta se permitió un gol que terminó envuelto en polémica como un regalo de Navidad fuera de temporada! Con Montiel a la espera devorando su calendario de recuperación, Bustos dejó clara su intención: quiere la banda, el micrófono y la ovación, todo junto.
Finalmente, ante la mirada atónita de Gallardo, que rascaba su cabeza más confundido que un koala en una heladería, Fabricio volvió a escena contra Independiente del Valle. Allí, aunque la pelota no fue siempre su amiga, él la trató como tal, dando asistencias que hacían suspirar al viento. Y así, este Bustos impetuoso dejó claro que está listo para bailar el tango con Platense en los cuartos, ofreciendo una alternativa tan sólida como esa última porción de pizza que todos miran en una reunión.