River, Racing y el lío de la cláusula bomba…
Imaginate una cancha llena de papelitos volando, humo de colores y un árbitro gordo tomando mate. En medio de esa escena, Stéfano Di Carlo, el secretario general de River, se pone el traje de detective y enfrenta al mismísimo Sherlock Holmes del fútbol, Diego Milito. Todo empezó con una cláusula de rescisión que parecía escrita en un pergamino antiguo encontrado por Indiana Jones.
Di Carlo aclaró que jamás le dijeron a Racing que no iban a ejecutar la famosa cláusula de Maxi Salas. Era como si estuviéramos viendo un partido de ping-pong entre dos tortugas: lento, pero seguro. Todo según el guion de una telenovela futbolera donde los contratos son más largos que la saga de El Señor de los Anillos. Dicen que hubo llamadas, charlas de pasillo, y que todo el mundo entendió menos Racing, que seguía pensando que iba a perder a Salas como si fuera un balón inflado con helio.
El asunto terminó en que Milito, nuevo en estas lides, se enojó cual Hulk descubierto sin camiseta y decidió no reunirse. River intentó tratar el conflicto como dos señores discutiendo en el living, pero al final tocaron la puerta encontrada en el manual de cómo ejecutar cláusulas sin llorar. ¡Vamos Millonarios, que las cláusulas son para ejecutarlas, no para lamentarse después! Imagínense que fue como si Racing quisiera poner una cláusula anti-River a Juanfer Quintero: la cosa se fue al lado chiflado del universo del fútbol.