El mediocampista que jugaba con la calculadora…
Imaginemos a Nahuel Cainelli, nuestra estrella del mediocampismo, en un sofá rojo como el River Plate, con una balanza en mano intentando sopesar las posibilidades. De un lado, el mítico Millonario y una copa que brilla más que el sol del 25 de mayo. Del otro, la gloria de la Primera División, como si fuera el dulce de leche en la factura. Y mientras él se toma un mate y analiza la profundidad de la filosofía futbolera, al estilo Aristóteles con botines, la elección parece más clara que un gol anulado por el VAR un sábado lluvioso: “¡Ascender!” proclama con un gesto digno de un mármol viviente, dejando claro que en Tucumán, la Primera no es un lujo… es una necesidad.
Años de ilusión, delirio y un poquito de melancolía se reflejan en los ojos de Cainelli, que parecen dos pelotas Nº5 listas para dejarlo todo en la cancha. El recuerdo del fatídico encuentro con Aldosivi resuena en las paredes del club como el eco de una hinchada que nunca abandona, ni en el bondi ni en la vida. Pero él insiste, como si cada palabra viniera cargada de las ganas de abrazarse con el ascenso: “El objetivo es claro. Y no hay libro de estrategias que desvíe nuestra ruta al soñado ‘primera’, ni siquiera si eso implica cruzar la cancha en monociclo.”
Este sábado, los hinchas del Ciruja se preparan como si fueran guerreros medievales listos para el asedio. Aunque las victorias beben champán en recuerdos de hace meses, esta vez el Estadio Madre de Ciudades podría grabar un “batacazo” en su cielo de luces. San Martín llega como el Quijote futbolero, dispuesto a enfrentar molinos de viento vestidos en bandes rojas. Quién sabe, el sábado por la noche quizás veamos a Cainelli, con capa de héroe y peluca de gladiador, festejar con más fervor que un barra brava recibiendo su bandera tras un gol de último minuto. Los sueños de Primera no se escriben en letras minúsculas, se gritan con orgullo en la cancha.