Julian y la fiebre millonaria desde 11,000 km…

Desde la tierra de la puntualidad y los té con leche, Julián Álvarez está más prendido al Superclásico River-Boca que el velador de una abuela a medianoche. El delantero campeón del mundo ve el partido desde su sillón a miles de kilómetros, como si intentara sintonizar una radio con una papa y dos tenedores. Julián tiene recuerdos tan épicos como ver una sandía cuadrada, desde goles que causaron temblores hasta finales inolvidables. “El tele viene en horario tempranero, ni tarde ni temprano, justo para acompañar con unas empanaditas”, confiesa la Araña, mientras reza a San Gallardo por un resultado ganahuevos.

Pero no está solo en esta cruzada del sillón. Enzo Fernández, comiendo una picadita más abundante que una parrillada del domingo, analiza el juego de River como si fuese parte de una mesa redonda de analistas con pasteleros y camioneros. “¡Que no se nos corte la racha!”, exclama con esperanza firme, anticipando que pronto el Millo dejará de ser el Niño-Siesta. Y vaya que espera que la joya Mastantuono saque chispas del césped, como si barriera con escoba nueva.

Desde Colombia, Juanfer Quintero se suma a la fiesta virtual con su toque de magia cafetera. Él tiene una memoria de paquidermo cuando de Superclásicos se trata, recordando más gambetas siderales que meteores en una noche despejada. Aunque ya está más lejos que una moneda de dos caras en el espacio, Quintero sigue palpitando la pasión millonaria. Es como un bolero melodioso que nunca pierde el encanto, siempre iluminando con su toque mágico y palabras de aliento para el clan River. “Que River gane, y si no, que le ganemos a la mala suerte al menos”, risueño sentencia desde la Ciudad de la Salsa.