Manu de River, el Houdini del mercado…
Imaginemos a Manuel Lanzini, el último 10 de River, como un náufrago futbolero en el gran océano del mercado, sin una tabla de salvación a la vista. Ni una señal de humo, ni una paloma mensajera, ni aunque agite la camiseta que usó en el último Mundial de Clubes. Mientras el reloj hace su tictac rumbo al cierre, en Núñez se oyen grillos… ¡Grillo silencioso! El plan de River parece ser ofrecer a Lanzini con la misma insistencia que un vendedor de empanadas en la cancha, pero los equipos esquivan esa oferta como si fuera un choripán en el dietario de un nutriólogo.
El que tuvo un nivel prohibitivo para 27 equipos y dos que pudieron, pero no quisieron, es un caso digno de estudio: el manual oficial del regreso boomerang. Lanzini, de 32 años, aún brilla en la lista de propósitos fallidos como esa dieta de enero que llega al abandono en febrero. Su currículum en Brasil, Emiratos Árabes e Inglaterra parece de otro, como si el cambio de escenario transformara veranos en inviernos eternos. ¡Y de repente, una sabana blanca cubre todas las vitrinas! Aquí, ni Pablo Aimar ni el Conejo Saviola lograron jamás congelar hinchadas completas al estilo iglú como Lanzini lo ha hecho.
Mientras Gallardo menciona a Manu con la frecuencia de una lechuga en asado, los demás, como Matías Kranevitter o Santiago Simón, intentan igual suerte, viendo si en las últimas horas se cruza en su camino un entrenador con buena vista ¡o alguien necesite un GPS! Manu puede convertirse en la única estatua futbolera en un museo de River, con su historia puesta en un rincón olvidado, entre la Mona Lisa y el yeti. Lo cierto es que su búsqueda sigue: sin brújula y con ganas, a ver si encuentra campo más verde alrededor del próximo corner.