Lloriqueando rumbo al vestuario y un Madrid de ensueño…

Imaginemos un pingüino paseando por el desierto. Así, mi estimado lector, es como se sintió nuestro futbolista superestrella, Franco Mastantuono, abandonando el campo de juego con el escudo de River equipado a su pecho por última vez. ¡Mamma mia! Las lágrimas caían más rápido que el café en una máquina express mientras salía del estadio al lado de Kranevitter y ¡casi montado a la chepa de Sebastiano Esposito! Claro, era normal, porque más que una despedida amistosa, fue un “chau ladrones” a la tangana tras su papel discreto en el Mundial de Clubes. Al final del show, cambió remera con Lautaro Martínez, mientras el “Huevo” Acuña corría desenfrenado como un pato embravecido tras Dumfries. Abrazo aquí, abrazo allá, y el futuro merengue wiping the tears!

Con 17 flojitos años, Mastantuono dejó el campo cual gladiador con una torcedura de tobillo. Hubo tiros que volaron más que boomerangs, y pifias que hubieran hecho sentir orgulloso al mismísimo Inspector Gadget. Trotando como si fuera el correcaminos detrás del velocista Neroazzurro, nuestro héroe no logró dejar gran huella, para ser honestos. Su gambeta lírica se quedó como tango sin bandoneón, y las pruebas finales no superaron al examen sorpresa. ¡Ay, ese huevo con River, gigante y endiablado como el de un dinosaurio!

¿Y el futuro? Oh, sí, entre lágrimas y pañuelos de papel, el Real Madrid espera a Franco con un contrato más reluciente que la calva de un árbitro. A partir del 14 de agosto, el día que se enciendan 18 velitas para el pibe, podrá bailar flamenco con Xabi Alonso y compañía. Mientras River, con Marcos Gallardo a la cabeza, reflexiona en el espejo sobre cómo criar futuras gallinas de oro, esperando que otro Mastantuono salve la patria, algún día, en la lejana tierra de los gallos.