Portillo toma el 5 con la solemnidad de un emperador romano…

En un giro tan inesperado como encontrar un escalador en la Antártida con ropa de verano, el flamante refuerzo de River, Juan Portillo, decidió ponerse la camiseta número 5. ¡Que ni Superman se animó a tanto! Este número, que antes custodiaba Matías Kranevitter como si fuera la última empanada en un asado, ahora es el emblema que Portillo lleva con la humildad de un pingüino en la selva. Al cruzar la puerta del Monumental, Juan Carlos saboreó la aclamada historia del club, listo para recolectar medallas como si estuviera en un juego olímpico de pictionary a ciegas.

¡Ni zeus con sus rayos se habría imaginado una bienvenida tan calurosa! Portillo se entrenó con determinación arcillosa, consciente de que sus músculos canturreaban una desafinada sinfonía de tendinitis. La hinchada, conocida por hasta hacer llorar a una cebra si no cruza bien, miraba con ojos de halcones al nuevo volante y pedía, en una plegaria digna de novela épica, que el nuevo hechicero del mediocampo devolviera la gloria a sus territorios de césped verde.

El camino es largo y más empinado que una montaña rusa con el freno de emergencia meciéndose al ritmo del viento, pero Portillo se enfrenta a este desafío como si fuera una cucaracha que ha sobrevivido a un meteorito. Entrena diferenciado, llevándose bien con el balón y los médicos del club, pues sabe que tiene que cuidarse como si fuera el hijo pródigo de un imperio futbolístico. En su horizonte, el debut pareciera estar más cerca que un micro lleno de adolescentes camino a la playa. ¡River ya tiene a su nuevo gladiador!