El #10 dejó un mensaje que sacudió hasta el café…
¡Ay, chiquilines de River! Juan Fernando Quintero ha vuelto, y no es un retorno cualquiera. No, no, ni ahí. La vuelta del colombiano fue más esperada que el delivery en días de lluvia, causando un revuelo de proporciones bíblicas. Imagínense, en la revisión médica fue como si estuvieran chequeando a un alienígena recién llegado; todo el mundo expectante, esperando la firma y el abrazo cinematográfico con Marcelo Gallardo, que ya parece más una escena de novela que una transacción futbolera. Justo antes de calzarse la camiseta y salir a la cancha, Quintero se despidió de América de Cali, pero no sin lanzar una indirecta que los dejó boquiabiertos a varios dirigentes, como si de un partido de ping pong emocional se tratara. ¡Toma esa!
Resulta que Juanfer tenía una relación más compleja que una novela de García Márquez con los altos mandos del América de Cali. Con un contrato hasta 2027, salió más amarrado que el pantalón de un payaso. River tuvo que aflojarse el cinturón – pero no el del chiste – y soltar unos 2.5 millones de dólares para liberarlo, como quien resucita deudas de su acumulador de viejas glorias. A pesar del culebrón dirigencial, Juanfer, un pibe agradecido, manifestó su amor eterno a los hinchas, esos que lo apoyaron más que una abuela cociendo el escudo del equipo en la bufanda.
Cerrando con un moño dorado, Quintero dejó en claro que el mundo del fútbol es más enrevesado que un laberinto para hormigas. Con un mensaje tipo James Bond, dejó a los fanáticos de América con el corazón en un puño. Dirigiéndose a sus excompañeros y a los currantes del cascajal, les deseó lo mejor y dijo, con mayúsculas bien marcadas, que la grandeza es de ellos, solo de ellos. Y así, con un adiós triunfal más lacónico que un semáforo en rojo, le dieron vía libre para que este ejemplar del fútbol volara alto, o en su defecto, muy lejos, hacia las tibias tierras del Río de la Plata.