Suplentes con sueño y Gallardo al cielo…

¡Ay, Millo querido! En el país de las maravillas futboleras, River invirtió más guita que un tío en bingo, comprando un doble set de galácticos para que después le digan que tiene “dos equipos”. ¡Sí, claro! Tan “dos equipos” como esos pantalones que dicen ser de “talles únicos”. Resulta que los “jugadores de repuesto”, como decían las viejas, cuando entran a la cancha, parecen más interesados en contar ovejitas que en pelar alto rendimiento.

Nuestro querido Muñeco Gallardo, que mira al cielo como esperando una señal divina de Bielsa, languidece al ver tremenda pastelería en el campo de juego. Porque reemplazar a los titulares por suplentes es como cambiar una Ferrari por un triciclo en plena carrera de Fórmula 1, y claro, se hace un lío. Las piernas se mueven como si llevaran cemento en las medias y a las gambetas les falta sazón, como un asado sin chimichurri. Los jugadores rivales, mientras tanto, practican tiro libre como si estuvieran en una kermés.

Gallardo, desconcertado como perro en bote, alucina con el celo de sus rivales, como si se volvieran Avengers en el Monumental. Ve el mismo entusiasmo que en sus tiempos gloriosos, pero en el equipo equivocado. Él repite cara de póker, mientras reza por una chispa milagrosa que despierte a los muchachos. ¿Será que en su viaje a Arabia perdió el mapa de la intensidad? El silencio se convierte en su mejor aliado, abriendo otra incógnita: ¿acaso en vez de refuerzos ficharon un club de vagabundos del fútbol?