El poderoso aliento andino sacude al Millo…
Mientras Boca perdía a Cavani justo antes de encarar el clásico, River parecía haberse embarcado en un crucero directo hacia el Titanic futbolero en la altura de Quito. ¡Estaba más perdido que turista sin GPS! Frente a un Independiente del Valle que mágicamente se convertía en el Barcelona por un día, el equipo de la Banda Roja nadaba en un mar de problemas, pensando que el gol rival era un espejismo inalcanzable.
Pero llegó el segundo tiempo y ¡zas!, el despertador emocional sonó con más fuerza que un despertador de abuela. River pasó de ser un patito feo a un cisne de Copa Libertadores justo ante los mismísimos ojos de aquel enigmático entrenador, Gallardo, quien con un movimiento de ajedrecista empezó a sacar jugadores como mago saca conejos del sombrero. El equipo salió de ese embrollo todavía con los pulmones temblando por la altura, pero con el ánimo del tamaño de un edificio en Nueva York.
Así que bien podría el clásico ser llamado ‘El baile del ánimo’, porque si existe algo que esta remontada nos enseñó, es que el fútbol no sólo se juega con las piernas, sino también con el alma más inflada que el pecho de un pavo real en primavera. Con Gallardo manejando los hilos, River se encamina al Monumental no como quien baja del avión tras pelear con los Andes, sino como quien aterriza directo para un concierto. Porque magia, amigos míos, es llevarse el vigor andino a Buenos Aires y estar listos para el show.