Cuando un delantero se convierte en un mago…

Cuando River contrató a Maximiliano Salas, nadie pensó que estaban sumando no solo un goleador, sino un prestidigitador del fútbol. En el glorioso Monumental, ya había mostrado su magia con un gol de hocus pocus contra Platense, y en Córdoba, decidió que tres goles de los cuatro de River llevarían su firma, aunque el doctor Frankenstein de los delanteros no marcara ni uno.

Imaginá un torbellino en la delantera con zapatillas de ballet: eso fue Salas. Lo veías corriendo como si tuviera una escoba atómica en sus pies, molestando al rival como un mosquito en verano. En tres goles, participó más que un director de orquesta en un concierto. Salas, el encantador de balones, con un pecho que no solo duerme pelotas sino que las manda a soñar con ángeles, se las ingenió para convertir un pelotazo del arquero Armani en una obra de arte que dejaría a Da Vinci rascándose la cabeza. ¡Y qué decir de esos centros! Ni Cupido lanza flechas con tanta precisión.

En Córdoba, River se llevó el triunfo, y Salas, además de estar en tres goles, hizo de cupido para el 2-0 y 3-0 de Lencina. Mientras tanto, en las gradas un gallina comentó: “Ese chico podría vender paraguas en el Sahara”. Y es que Salas es, sin duda, el trovador del área, siempre metiendo la nariz y el empuje en cada batalla a puro estilo tango futbolero. ¿Quién necesita un goleador clásico si tenés un brujo del balón como él?