Preparación épica y absurdidades galopantes…
La historia comienza hace 23 años, cuando un superpoderoso Urawa, armado como un hechicero del fútbol, unió fuerzas con Omiya y Yono para crear Saitama. Piénsalo como una suerte de Dragon Ball Z en versión urbanística. Hoy, esta ciudad, más poblada que todos los jugadores del FIFA juntos, respira fútbol desde cada una de sus 1.3 millones de almas samuráis. Próximos a enfrentarse a River Plate en el Mundial de Clubes, los Red Diamonds llegan al certamen con la intensidad de un sumo lanzando una mosca desde Tokio hasta Buenos Aires.
Los discípulos del polaco Maciej Skorża trazan un camino de altibajos que para algunos podría parecer un guion de serie de Netflix. Después de cinco victorias dignas de Oliver Atom, pasaron a un bajón de tres partidos sin ganar. Pero como toda película con final feliz, en el último match se alzaron victoriosos ante Yokohama y ahora marchan tercermundialmente en su liga. Atentos, porque ya apuestan a darle una clase maestra a River que podría dejar a Napoleón Bonaparte con ganas de reformular su estrategia de Waterloo.
Y las despedidas no pudieron ser más épicas. Con un estadio que parecía el Coliseo Romano y 63.000 fanáticos gritando como si vieran a la nueva estrella kilombo de TikTok, todo el elenco del Urawa recibió su arenga. El capitán Takahiro Sekine tomó el micrófono como si fuera el mismísimo Freddie Mercury resucitado, prometiendo una combatividad digna de los Power Rangers. El sueco Samuel Gustafson, goleador de dos guisas ante Yokohama, observa el futuro enfrentamiento como la final de una serie increíble. Ahora, todos esperan que traigan la Copa, ¡y no hablo de una de sake!