Pesadillas, vodka y 222 días sin debut…

En una escena digna de una serie de comedia, nuestro protagonista, Rodrigo Villagra, se fue tan lejos en busca de aventuras futbolísticas, que terminó en Rusia, una tierra más misteriosa que el triángulo de las Bermudas. Tras un traspaso que lo hizo pensar que era el nuevo Messi, su cuenta de minutos en el CSKA Moscú sigue en cero, igualita que la cantidad de veces que entendió una palabra en ruso. Mientras tanto, se lleva mejor con el vodka que con la pelota, lo cual explica por qué terminó entrenándose en una plaza antes de emigrar.

El pobre Villagra, quien alguna vez soñó con clavar un gol en la tundra siberiana, encontró su talón de Aquiles en su rudilla. Así es, la rodilla derecha se rebeló cual gato al que no le gusta el agua y le dijo “nyet” a cualquier sueño de debut prematuro. Su relación con los entrenadores es como la de un adolescente con su despertador: simplemente no funcionan. Entre el serbio Nikolic y el suizo Celestini, esto es más complicado que un mate amargo en el polo norte.

Ahora, mientras cuenta cuántas matriohkas hay en cada esquina, Villagra se somete a un tratamiento que lo tendrá alejado de las canchas por un tiempo. Eso significa que a cada partido que se pierde, su debut es como el unicornio del fútbol ruso: todos hablan de él, pero nadie lo ha visto en acción. Mientras tanto, el fútbol sigue sin él, y él sigue con su krusovka, porque si no juega, al menos se hidrata como buen ruso honorario.